S, que con brío y osadía cruzó el Atlántico para acercarse más a mí, a nosotros.
Que con la altísima impavidez, que solo demuestran las mujeres de grandes cualidades afectivas, se enfrentó a un juicio insano e innoble por parte de un puñado mezquino de familiares atosigados por el miedo y dogmatizados por sus verdades absolutas y su relación promiscua con la fe.
Sorteando una especie de guerra familiar entre los Montesco y los Capuleto, cuyo fin era sino el de separarnos.
Verónica, alias útero de mantequilla, quien por muchos años fue una buena persona para mí se ha convertido en el punto de mis bromas y de mis infamias, se ha vuelto insignificante pero no tanto para dejar de mencionarla, alguien que intentó con su vileza y innoble lengua, enlodar mi nombre y mis sentimientos hacia el amor más puro, S.
A punta de paparuchadas y sarandajas intentó menguar mi credibilidad y mi reputación, obteniendo por supuesto cero resultados en su vil intento de opinar basándose en su vida como ejemplo moral y ético.
A pesar de tal altercado poco loable y casi poético con la familia, ella logró emprender el viaje hacia mí, hacia nosotros Y quince horas de travesía cuando se espera el amor no se lo recomiendo a nadie.
Ella, quien controla y encamina mis días, llegó presuntuosa y malhumorada al principado y llegó para arreglarlo todo con la eficacia de los pulidos y experimentados, con el amor de una compañera y con el temple de quien encuentra el amor en alguien muy diferente y poco común.
Recuerdo ese día y lo he agregado a la lista de los mejores días de mi vida, porque volver a pensar en aquel día es volver a sentirse amado a cualquier hora del día