martes, 28 de diciembre de 2021

Derechita

 Yo, desde chica, he sido muy de derecha, Nunca he sido comunista, tan bruta no soy. He sido marihuanera, pero no comunista, he sido marihuanera de derecha. He sido coquera, pero no izquierdosa, he sido coquera pero conservadora, creyente en el libre mercado. He sido inquieta sexualmente, casi digamos promiscua, y he tirado con chicos de izquierda en la universidad, pero siempre me ha parecido que tiran mejor los de derecha. Los amantes de izquierda que he tenido hablaban y hablaban y no concretaban y además no eran demasiado higiénicos y después tenia que dejarles un billete servicial para el taxi. Cuando me he ido a la cama con un derechista religioso, ha sido siempre un incendio, una cosa tremenda, llena de culpas, violencia física, palabras vulgares y rezos en latín. Los derechistas son más reprimidos y más culposos, pero también más fogosos, eso me consta. No hay derechista que no sea pajero y no le guste que le meta el dedito en el culito. Cómo alucinan cuando les cosquilleo la próstata: me gusta iniciarlos, sembrarles a duda, que no se sientan tan seguros de su virilidad empresarial. El problema con los derechistas religiosos es que no se ponen condón, no saben ni cómo ponérselo los tarados, se lo ponen al revés y se les baja la tirita al toque, y entonces con ellos todo tiene que ser a pelo, al natural, con los riesgos consiguientes y subsiguientes. Pero yo me cuido desde chica y me he acostado con muchos derechistas sin condón y casi siempre metiéndoles el dedito, cómo goza un derechista fanático del Opus cuando le enseñas la tercera vía, es como darles un golpe de estado en secreto, como disolverles el parlamento ( porque todo orto parla, es ley natural).

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viernes, 29 de enero de 2021

Un poco de Tina

Todas las noches después de volver del trabajo mi esposo S me obliga a caminar por lo menos dos kilómetros como parte de mi rutina de ejercicios nocturnos pasadas ya la medianoche. Mi ruta es caminar desde mi casa hasta la noria del puente. Estoy gorda y un poco rolliza (mofletuda también) pero tampoco como para estar bajo tortura permanente todos los días.

 Todos, menos mi S, que dice que así rolliza y cachetona le gusto más, me dicen que estoy gorda, que parezco una foca, un sajino, un ropero con patas. Bueno, quién no ha estado un poquito subida de peso, y de barbitúricos y de queso Brie y de María. Sé que estoy gorda y que soy una foca y que me parezco a Jabba the Hutt, pero me da igual, no me encrespo, no me agobio. Soy una gorda a propósito, soy una gorda de peso, con carácter, soy gorda por elección porque prefiero ser gorda comiendo queso Brie y tomando vino todo el tiempo que ser una flaca escuálida con cara de mamagüevos. Soy gorda porque tengo una relación promiscua con los los quesos, el jamón Joselito y el vino.

A mí me gusta comer, como buena peruana golosa y orgullosa de su comida y como buena gorda que vive y come como ibérica. También soy muy floja para hacer ejercicios, ya quisiera ser como mi esposo, que le encanta hacer yoga, estiramientos, correr y sudar, sudar la gota gorda, aunque la única gorda soy yo.

Todas las mañanas despierto antes que todos para ir a la cocina y tomar una buena copa de mi merlot favorito y empacharme con una buena tajada de queso Brie trufado y luego esperar mi desayuno dietético, microscópico, como para astronauta en la estación espacial. Un batido de espinacas y limón, una tostada y jamón de pavo, como si eso fuera suficiente para este bólido de cien kilos. Imposible, yo sin mis jamones no camino, no pienso y no escribo. Yo, sin el vinito mañanero no soy feliz. 

Me he dado cuenta que yo soy un jamón y, que probablemente cuando muera en el epitafio de mi lapida diga: "He aquí Martina Sadoc, quien en vida fuera embajadora de jamón Joselito, buena esposa, buena madre y buena amante de los embutidos ibéricos y de los vinos franceses, y adicta entre otras cosas al queso Brie trufado".

Soy una gorda judía adicta a los embutidos ibéricos, soy judía porque mi mami es judía y mi abuela también lo era, y tengo una relación promiscua con los quesos franceses en especial con el queso Brie trufado de Toulouse. Soy gorda y mórbidamente golosa, melosa y libidinosa por la comida no me preocupa; no me importa lo que digan los demás respecto a mi estado de salud y aspecto físico (como buena peruana que soy, me llega al huevo). Varias veces he intentado hacer dieta y ponerme en forma (en forma de bola), hacer ejercicios y mejorar mi salud pero realmente no quiero, no me apetece, lo que si me apetece es una buena tajada de queso ahora mismo, lo he intentado todo: la dieta del jengibre, para quemar grasa, la del limón, para no comer jamón, la del pollo, para bajar los rollos y hasta la del lagarto (esa mejor no explicarla). Y, no puedo, no puedo bajar de peso, cada día peso más. 

Mi destino es ser gorda pero una gorda feliz y ensimismada.

domingo, 24 de enero de 2021

A Sasha

Quise intentarlo todo pero no pude 

Quise intentarlo todo pero me detuve


Quise intentarlo todo y sentí pavor

Quise intentarlo todo y te pido por favor


Quise intentarlo todo pero tenía frío y tropezaba

Quise intentarlo todo porque sentía que me amabas


Quise intentarlo todo y no me arrepiento 

Quise intentarlo todo pero cada vez que escribo algo, siempre invento.


Quise intentarlo todo pero siempre siento

Quiero intentarlo todo, todo hasta mi último aliento

viernes, 1 de enero de 2021

Mal decido

El que no corre, vuela

El que no borre, (seguro le) duela

 

Renovarse o morir

Rebuscarte o huir

 

El que mucho abarca, poco aprieta

El que mucho opaca, poco alberga

 

El que calla otorga

El que falla otorga

 

A la tercera va la vencida

A la primera va la suicida

 

Piensa mal y acertarás

Piensa amar y te acercarás

 

Lo que no mata engorda

Lo que no mata te desborda

 

Pienso, luego existo

Siento, luego insisto

 

Borrón y cuenta nueva

Borrón y sienta de nueva

 

Apaga y vámonos

Apaga y encendámonos

miércoles, 30 de diciembre de 2020

La oveja caniche

Estoy atrapado en Escaldes, no es la primera vez que estoy atrapado en una ciudad lejana a mi país de origen e intuyo con vaticinio ancestral que no será la última. Ya he perpetuado todas mis obligaciones en este pequeño país en el medio de los Pirineos, entre los Pirineos franceses y los Pirineos  catalanes, y digo catalanes y no españoles porque Cataluña es un país, digan lo que digan Cataluña es un país aparte y no tienen nada que ver con España, que a su vez, es un país que me parece mediocre y eternamente empobrecido. 

La noche transcurre con normalidad en el casco antiguo de Escaldes, es invierno y como es natural, hace frío extremo, glacial, un frío polar que cala en lo más profundo de mis huesos y no aguanto. Quiero regresar al calor y a la humedad de mi país de origen. Hace tanto frío aquí, en el barrio antiguo de Escaldes, que no me queda más remedio que hibernar como una marmota o como un murciélago o como un oso. Naturalmente siempre tengo frío, ya sea en verano, incluso en los días caniculares de agosto, donde el calor es abrasador y en esta casa de madera aún más. En invierno, como debe de suponerse, me muero de frío, y digo que me muero de frío porque de verdad quisiera morirme para no sentir frío. Estoy atrapado en una casa vieja, de no menos de cien años de construida, en el barrio antiguo de Escaldes, En los Pirineos occidentales. 

Mientras intento escribir, porque siento que siempre he sido escritor, imagino cuál será el próximo capítulo qué escribiré o qué mentira bien intencionada publicaré próximamente o qué anécdota de mi vida privada expondré a la luz. Reviso como de costumbre mi bandeja de entrada y he recibo un correo electrónico de mi madre, que vive en mi país de origen, que dice así: "Hola, hijito. Tu papi se ha comprado una casa de un millón de dólares en La Punta, dile que yo digo que te compre una a ti también, para que te vuelvas de una puñetera vez y dejes de vivir solo, como un ermitaño–No se equivoca, vivo así por puro gusto o más bien por puro disgusto–en ese país del orto. Espero me hagas caso, hijo. Un beso, mamá."


Es martes y es invierno y hace frío gélido y seco en Escaldes, estoy atrapado, amordazado por un sistema que solo te lleva al consumismo frenético en este pequeño pueblo en en las montañas, por eso he decido con ahínco, que será mejor que no salga de casa en lo que resta del año y hasta el fin del primer trimestre del año que viene. Lo hago porque como debe ser de conocimiento público y popular, soy exageradamente friolento, definiría que el frío que yo siento es exagerado para otras personas que están a mi alrededor y a la misma temperatura que yo. Es un tipo de frío que solo yo siento y que resulta cómico, y a veces inexistente para los demás (yo lo siento y es lo que importa). No saldré de casa para evitar el frío inclemente que me azota, al parecer solo a mí, y,  porque me gusta disfrutar de la vida familiar, me gusta estar siempre en casa, rodeado de mi esposa S y de nuestra hija Emma, y, como tengo una relación promiscua con el frío, sé que la mejor opción en este invierno carcelario que me toca vivir en este pequeño pueblo en las montañas, es quedarme en casa, sin salir, pidiendo delivery desenfrenadamente, leyendo los libros que me quedan por leer, escribiendo los capítulos que me quedan por escribir, cocinando los platillos favoritos de mi esposa S y nuestra pequeña Emma, comiendo olivada de arbequina como si no existiera un mañana, tomando vino y comiendo jamón todas las tardes después des almuerzo pseudo saludable que preparo con vegetales frescos y quinua (siempre tan rica y nutritiva), comiendo queso Brie como un famélico adicto a los lácteos franceses y engordando como una nutria con problema de tiroides. 


No puedo regresar al Perú porque no tengo a donde llegar, o porque mis estándares de vivienda auto impuestos, no me lo permiten. Me he acostumbrando a vivir de una manera sosegada, distante, en un mundo utópico, todo esto dentro de mi cabeza. No puedo volver a Lima porque además de no tener un lugar ideal para vivir, los vuelos internacionales entre Europa y Perú están cancelados indefinidamente. Estoy atrapado, estoy secuestrado por el destino y sus casualidades. El azar o la diosa fortuna me tienen subyugado a esto que llamamos la vida, que al final no es más que un suceso intempestivo de cosas que pasan, eventos que suceden sin querer y que nos conducen a través de un serpentín de golpes, caídas y eventos desafortunados de los cuales uno nunca logra recuperarse del todo.  


Sentado en el living de la casa vieja y antigua y enmohecida en la que habito en el barrio antiguo de Escaldes, recuerdo la vez que estuve atrapado en otra ciudad. Era mayo y tenía que tomar un vuelo desde Arequipa hasta Lima, todo esto por el día de la madre. Yo no celebro el día de la madre porque no soy madre y mi madre no celebra tan ridícula fecha. Estoy obligado a ir a saludar a mi ex suegra.

Yo, que detesto subir a los aviones, tenía que hacer un viaje corto de menos de tres horas, y debía presentarme en el aeropuerto, que parece más bien una estación de buses, a las seis de la tarde, ni un minuto más tarde. Mi ex novia y ex amante Shoshana me esperaba ansiosa, con aires de diva, con tres maletas llenas de manjar blanco, lo que los argentinos conocemos como dulce de leche, alfajores, dos docenas de guargüeros,  cuatro telares bordados a manos por nativas de una comunidad en las alturas de la sierra arequipeña, diez quesos olorosos y diez botellas de anís Najar, para mi ex suegra, que siempre tiene el aliento alicorado y un tanto con olor a órganos muertos, por ejemplo el hígado. Estoy saliendo de la casa de campo que comparto con unos amigos, a una hora en carretera de trocha, del aeropuerto. Llevo quince minutos manejando en una carretera rural, llena de piedras y de baches que hacen que me duela la parte baja del cuerpo, mis partes nobles, cuando de un momento a otro siento que el coche trastabilló y nos elevamos por unos segundo y volvimos a caer en seco, y el coche paró la marcha. Bajé, apurado y molesto porque tenía menos tiempo cada vez, y reviso el coche por la parte del capó, no hay nada, reviso la parte del maletero y, por la experiencia agraria y ganadera de vivir un año en las montañas arequipeñas, me doy cuenta que había arrollado a una cría de oveja, no muy grande, casi del mismo tamaño que un caniche. 

–¡Me cago en todo!–me van a matar–sentencio–. Shoshana me va a matar si llego tarde al aeropuerto y los characatos lo harán por atropellar a una oveja caniche. El vuelo despegaba en menos de cuarenta minutos. Desesperado y sin que nadie me vea, cercioré que el animal estuviese muerto o al menos camino a una muerte inminente, lo deposité en la maletero del auto y continué la marcha a toda prisa para llegar al aeropuerto antes de que se vaya el vuelo y antes que Shoshana se moleste conmigo. Llego, estaciono el auto, que se quedará en el estacionamiento del aeropuerto un par de días, bajo y entro al counter y la veo con tanta pose de diva con sus maletas llenas de productos regionales y licores fortísimos para mi ex suegra avinagrada, que prefiero saludar y ponerme a lado de ella para esperar que nos llamen para embarcar. 

–¿Por qué te has demorado tanto?–pregunta.

–Tuve un percance con las ruedas del auto y paré en una llantería en Sabandía–miento con aplomo y con profesionalismo–.

–Bueno, está bien, estoy emocionada por ver a mi madre, hace meses que no la veo y quiero darle una sorpresa–la sorpresa la tengo yo, dentro del maletero del auto, pienso-.

Tomo unos somníferos y pido varias copas de vino en el salón vip, antes de embarcar y espero que hagan efecto. 

Durante el vuelo que dura dos horas aproximadamente, tengo terribles pesadillas y siento mucho frío, más de lo habitual, tal vez el alma en pena de la cría de oveja caniche que he atropellado y he ayudado a morir dentro del maletero de mi auto, me está atormentando, así que cuando estoy a punto de despertar y vuelvo a la realidad no me queda de otra que confesarle a Shoshana mi terrible desventura con la cría de oveja caniche.

–Shosh, tengo que decirte algo–estoy re nervioso, por las pesadillas y por las pastillas, que han hecho efecto contrario–.

–¿Dime?–pregunta en un tono seco, aburrido, porque está leyendo una revista de modas, esas que vienen en el avión.

–He atropellado a una cría de oveja. Creo que está muerta y está en el maletero del auto en el estacionamiento del aeropuerto.

–¡Qué dices! ¡Estás loco! ¿Me estás hueveando, no?

–¡No te lo puedo creer, eres un reverendo huevón!

–Lo sé y lo siento–me disculpo pero no lo siento de verdad–.

–Cuando volvamos a Arequipa nos van a arrestar por tener un cadáver de oveja caniche en el maletero–se lamenta–. Y te van a denunciar por maltrato animal y secuestro y asesinato.

Los somníferos, el vino y un par de caladas de un porro en la puerta del aeropuerto, han hecho efecto y en efecto he quedado profundamente dormido a escasos minutos de aterrizar.

Cuando despierto, estamos de vuelta en el vuelo hacia Arequipa. Han pasado dos días y no recuerdo nada y ya me he olvidado de mi ex suegra avinagrada y macerada y del cadáver de la oveja caniche que dejé dentro del maletero de mi auto en el estacionamiento del aeropuerto. Parece que Shoshana también lo ha olvidado porque después de aterrizar y pasar los controles aduaneros, nos dirigimos al parking y pide que abra el maletero para guardar las tres maletas que trae cargadas desde Lima con comida congelada y productos que sólo se encuentran en la capital del Perú.

–Abre la maletero, por favor. Estoy re cansada, solo quiero llegar a casa– Me dice con una voz un poco fastidiada por el viaje de dos horas.

–Dale, ya está. ¡Abre!

–¡Me cago en Dios! ¡Qué mierda hace este animal muerto en el maletero!

Ha gritado tan fuerte que el guardia de seguridad, un hombre andino, de menos de un metro y medio, se acerca y le pregunta si todo está bien, mete la cabeza al maletero y grita igual que ella: "Conchsesumare', señorita, qué hace esto acá, tengo que llamar a mi superior, esto es un crimen animal", ambos me miran como si supieran que yo atropellé a esa cría de oveja caniche hace dos días atrás.

–¡Huele a mierda!–Digo, haciéndome el consternado y le pregunto al segurata con tono pícaro: "Amigo, ¿Crees que habrá manera de solucionar este pequeño impasse? Tal vez, pueda darte unos viáticos generosos para estos días, tal vez te puedo enviar a ti y a tu familia a visitar el Santuario de la Virgen de Chapi"

–Uy, no, mi estimado señor, ¿Cómo se llama usted?– me pregunta,–Sadoc, Martín Sadoc–le respondo.

–Mire mi estimado señor Sadoc, yo soy un guardia insobornable, totalmente íntegro y muy pío, así que tendré que llamar a mi superior para que le levanten un acta por asesinato animal en agravio de la pobre oveja caniche.

–Pues no me parece, no me parece que usted tenga que llamar a un cuarto para solucionar esto, nosotros acabamos de llegar de Lima y estamos muy ocupados para perder el tiempo con esto. Este cadáver no lo conozco, no sé que hace aquí dentro, seguro lo puso alguien, algún bromista chacarero– miento porque estoy asustado y porque he olvidado que yo puse a la pequeña oveja semi muerta en el maletero para no llegar tarde al aeropuerto.

–Además, yo soy superintendente del servicio de inteligencia regional, ya es mucho que sepa mi nombre y mi apellido, así que con su permiso, señor oficial (le digo oficial, para que se sienta con autoridad) o sin su permiso me paso a retirar que tengo que dar un informe a mis superiores.

Enciendo el auto, Shoshana está en el asiento del copiloto y las tres maletas acomodadas en los asientos traseros, cuando me dispongo a salir del estacionamiento, el pequeño pseudo oficial segurata del aeropuerto hace una señal y de pronto, dos patrulleros, perfectamente nuevos se acercan desde atrás y por el altavoz me gritan: "Alto ahí, señor Sadoc".

Piso el acelerador, derribo la vaya de seguridad y emprendo la huída, sin saber a donde voy, porque intuyo que ya saben que vivo en el pueblo de Characato, a una hora del centro de la ciudad. En el camino, intento, torpemente, de deshacerme del cuerpo del delito, o del cuerpo de Benito, porque así he bautizado a la oveja caniche que murió gracias a mí y a mi mala suerte con los autos.

Es de noche, no sé si la policía o el inspector oficial segurata de metro y medio del aeropuerto me buscan. He tirado el cuerpo de Benito a una chacra, así, imagino, que los cóndores se lo comerán al amanecer. Llegamos a casa después de dar vueltas más de cinco horas, debido a la paranoia que se apoderó de mí. Dejamos las cosas, escondo el auto debajo de una lona negra, un poco gastada y tomo lo que me quedan de somníferos, fumo un cigarro de marihuana y caigo profundamente dormido.

Al despertar muy temprano en la mañana parece que he olvidado que ayer maté a una oveja caniche y salgo a comprar el pan, como es habitual, voy al horno de piedra que es comunal y cada uno puede llevar su pan y hornearlo, pero yo no llevo  pan para hornear, yo llevo dinero para comprar el pan in situ. Saludo a los locales como de costumbre y hablo con Benigno, el panadero de confianza que siempre me vende el pan caliente. Cuando de pronto escucho que alguien alza la voz y grita: "Benigno, atrapa a ese rufián, él es el que se ha llevado a Benito, lo ha matado, lo ha guardado en su maletero dos días y luego te lo ha tirado en tu chacra"–me cago en Dios–pienso y salgo corriendo.

–¡No se vaya señor Sadoc!–grita Benigno.

–¡No se vaya, no sea cobarde!–grita el pseudo oficial de metro y medio.

lunes, 28 de diciembre de 2020

Soy yo, yo soy

Soy agnóstico pero rezo en los aviones. Soy materialista pero no me gusta ir de compras. Tengo amor propio pero soy autodestructivo. Soy autodestructivo pero con espíritu constructivo. Soy narcisista pero con impulsos suicidas. Soy libertino pero no me gusta el sexo. Soy libertario pero no sé lo que es eso. Creo en la democracia pero no me gusta ir a votar. Creo en el sexo seguro pero soy sexualmente inseguro. Soy impúdico pero no me gusta andar desnudo. Soy heterosexual pero asexuado. Me gusta leer pero no leerme. Me gusta escribir pero no que me escriban. Soy provocador pero ya no me provoca serlo. Hablo de mi vida privada pero nunca de mi vida pública. Soy frívolo pero profundamente. No consumo drogas pero las echo de menos. Creo en el amor a primera vista pero soy miope. Me gusta ir contra la corriente pero sólo si sirve a mi cuenta corriente. Soy un mal escritor pero una buena persona. Soy una buena persona pero no cuando escribo.



sábado, 19 de diciembre de 2020

Jubilado

Estoy molesto porque mi padre no quiere comprarme una departamento para vivir en Lima y porque no quiere adelantarme más de la herencia anticipada que ya no es anticipada. Estoy molesto porque mi madre no quiere que me quede unos días con ella. Estoy molesto porque ella, no lee lo que escribo. También estoy cabreado porque mi esposa tampoco me lee -seguro para preservar nuestro matrimonio- y si le pregunto por alguna de mis publicaciones hace como si las hubiera leído.

Estoy hasta los cojones de mi hermana Miriam porque además de no leer lo que escribo, me debe cien mil dólares. Me mintió y me aduló hasta que invertí  la plata en un juego piramidal que salió mal. No solo eso, también me robó el coche para irse de fiesta con sus amigos de Barcelona. Es una cabrona, me encanta su viveza y su picardía, tiene como un fuego interior que hace que nunca pare de meter la pata e intentarlo otra vez y así muchas veces, yo a su edad era bastante más tranquilo y cómodo. Es mi hermana menor y la quiero mucho, aunque  ella no lea lo que escribo.

También estoy molesto con mi vecino Jose, que siempre está haciendo ruidos de viejo borracho y solitario, siempre gritando y moviendo cosas a altas horas de la noche. Y, que cuando está borracho, beodo y achispado, pone la música a todo volumen y retumba por toda mi casa. Cuando esta alicorado es más buena gente que cuando está sereno. Porque cuando está sobrio, cuando no ha chupado una semana entera, es retraído y no saluda. Como si supiera dentro de sí, que yo sé que es un borracho tonto y medio maricón. Yo lo sé Jose, a ti te gusta comer a veinte uñas, putita.

Estoy muy enfadado con mi padre porque no ha cumplido el trato que teníamos respecto a mi retorno a Lima y ahora me tengo que quedar un invierno más en Europa y eso no me gusta porque no me gusta el frío extremo que hace en los Pirineos. No quiere regalarme un departamento en Lima. Estoy bastante harto y ya me di cuenta que se ha vuelto tacaño y un poco mamerto. Es generoso pero no sé que le ha pasado últimamente. 

Mi madre, que todos los días dice que me extraña, se ha negado sutilmente a que me quede unos días en su casa mientras buscaba un lugar cómodo para vivir en Lima. 

Tristemente, mi S, el amor de mi vida, tampoco me lee, dice que me lee pero no entiende los que escribo y no le gusta, por eso no me lee, dice que no tiene tiempo y que leer un poquito ya le da mucho sueño y se entrega a los brazos de Morfeo.

En cambio, estoy feliz porque estoy jubilado a los treinta años y tengo tiempo para estar en casa con mi S, y con Emma, nuestra hija. He decidido, y estoy muy orgulloso, no volver a trabajar nunca más en mi vida. Voy a dedicarme a tiempo completo a ser un amo de casa, y a escribir cuando Emma me lo permita.